martes, 29 de mayo de 2012

Extranjeros en nuestra propia tierra

No empezaré este post diciendo ese típico cliché: "Hace muchos meses que no actualizaba mi blog, pero ahora he decidido retomarlo y empezar a publicar periódicamente... bla bla bla...". Lo he leído en muchos otros blogs y para qué les voy a ir con cuentos, si la verdad es que un hecho puntual ha gatillado la necesidad de expresarme y que los demás sepan qué pienso.

¡Les presento mi bici! La imagen es de mi autoría.
Desde que empecé a movilizarme en bicicleta, hace un año y unos meses atrás, he vivido en carne propia el hecho de que los automovilistas chilenos manejan como si estuvieran jugando Mario Kart. Estacionan en las ciclovías, doblan en segunda fila sin siquiera señalizar, se pasan las luces rojas como si fueran persiguiendo al malo más malo de una peli de acción, abren la puerta sin mirar atrás, se meten en la pista de forma imprudente, salen de los estacionamientos sin mirar a ninguna parte y a toda velocidad... y un largo etcétera.



Sin embargo, me he dado cuenta de que no sólo ellos andan por la calle como si vivieran solos. En Santiago y digo Santiago, no porque represente a todo Chile, sino que porque es el caso que de verdad conozco, todos manejamos y nos conducimos mal en la vía pública. No hay respeto por el otro, no hay empatía y hasta las señoras con coches de guagua representan un peligro para la sociedad.

Imagen: http://www.chileapedales.blogspot.com
Sin ir más lejos, hoy me sucedió algo insólito y fue lo que me motivó a escribir estas líneas: yo iba por la ciclovía de la calle Curicó al poniente, llegando a Carmen, cuando una ciclista, apareció de la nada y se metió a la pista, pero en sentido contrario. No sólo tuve que hacerle el quite de forma brusca, sino que además, la muy atrevida me gritó: "¡Derecha!". Yo pienso que esa mujer no sabe dónde está parada, realmente ella es una de esas personas que ven la realidad distorsionada, como decía La Tercera, pues en ninguna parte dice que esa ciclovía tiene doble sentido. Para ella tiene doble sentido sólo por el hecho de que caben dos bicis.

Me ha pasado infinidad de veces anteriores que en la misma vía o en su continuación, donde pasa a llamarse Tarapacá y de paso se hace más estrecha, dejando espacio sólo para una bicicleta, me topo con imprudentes que vienen a toda velocidad en sentido contrario y por hacerles el quite casi me han pasado a llevar las micros, que claramente no me dejarían muy bien parada.

Y hay muchas otras cosas que los que nos movilizamos en dos ruedas hacemos mal, como por ejemplo, andar por la vereda, y rápido más encima, teniendo al pobre peatón de adelante angustiado, porque no sabe por qué lado vamos a pasar, a veces no usamos luces, también pasamos con luz roja y si hay un ciclista parado, esperando la luz verde, nos ponemos delante de él para que no quede ningún espacio. ¿Cuál es el afán?

Imagen: http://www.plataformaurbana.cl
Además de la nula solidaridad entre los mismos ciclistas, está ese grupo que por las mañanas se mueve como manada en el metro o en los paraderos del Transantiago, los llamados peatones. Se trata de personajes que zigzaguean, que a veces cruzando la calle paran en seco, que esperan la luz verde parado en la calzada como diciendo: "Por favor, acabe con nuestras vidas".
Y por último, ¡caminan por la ciclovía haciendo caso omiso de mi ring ring!

Las viejas con coche son un ítem aparte, porque creen que porque son vulnerables, pues llevan a un pequeño indefenso, pueden echarle el coche encima a todo el mundo, cruzando la calle con luz roja, pegándote por atrás con las rueditas, o simplemente adelantándote de forma abrupta.

Creo que el gran problema que tenemos como sociedad es que no nos respetamos, pero más grave que eso, no nos reconocemos como miembros de una misma comunidad que somos iguales unos a otros. Esto hace que ni siquiera se nos ocurra pensar en las consecuencias que nuestros actos pueden traer para el resto, no sólo para la persona que atropellemos o a quien por hacernos el quite como peatones choque contra otro vehículo, sino que para sus familias completas.

Es necesario que se incentiven espacios de encuentro entre todos, que nos integremos realmente, que la ciudad nos llame a sentirnos todos con el derecho de salir a las plazas, parques, de ir a comprar el pan a la esquina, de salir a caminar, de vernos las caras, mirarnos a los ojos, para entender que la otra persona tiene emociones, trabaja todos los días, una suegra atadosa, un crío mañoso, un jefe explotador, acidez por no saber cómo hacer cundir las lucas para llegar a fin de mes, y miles de cosas más, como todos.

Es necesario mejorar la planificación urbana y dejar de enviar a las personas que acceden a la vivienda con subsidios a la periferia de la ciudad, sin áreas verdes y con mala iluminación. ¿Cómo no nos vamos a sentir extranjeros en nuestra propia tierra, viajando todos los días dos o tres horas para ir a trabajar dentro de la misma ciudad?

Y por otra parte, hay que conseguir que la educación sea inclusiva, quizás no para todos igual, claramente yo no tengo la fórmula, pero es casi la primera instancia de socialización luego de la familia, por lo que si nos encontramos con puras personas iguales a nosotros, no vamos a desarrollar nunca la empatía. Seamos cuicos, seamos personas en situación de pobreza, seamos la gran clase media, seamos rubios o morenos, gordos o flacos, hijos de políticos, de comerciantes de la feria, de panaderos, obreros, empresarios, lo más importante es que somos ciudadanos y por sobre todo iguales, como diría el sociólogo inglés, Thomas Marshall.

Me jui en volá y ¿qué tanto?



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