domingo, 19 de junio de 2011

Cuesco de durazno

Este es un cuento que escribí después de que falleció mi papá. Lo publico hoy, porque revivo en mi mente esos momentos una y otra vez. Con más intensidad en fechas como ésta. Junio de 2007. 

Feliz día papá.

Esos duraznos eran grandes y redondos como una pelota de tenis. De piel lisa y brillante. Cuando llegamos a la sala de espera, le di el primer mordizco al mío. Estaba contenta. Pensé que cuando despertaras te contaría que habíamos comprado duraznos súper baratos en el súpermercado. Sonreí al pensar que tú dirías que estábamos locas y que la sala de espera no era para hacer pic nic. Sonreí al imaginar tu cara de reprobación y resignación, como aceptando que en realidad éramos un caso perdido y mejor te lo tomabas para la risa.

El sabor dulce de la carne amarillo oro me hizo pensar en los días cuando despertaras y saliéramos de ahí. De ese lugar blanco, azul, lleno de gente que esperaba todo el día, junto a nosotros. Imaginé días con sol y tú regando afuera, en medio de un verde intenso. Miré la fruta redonda y sin fisuras, interrumpida por mi mordisco, así como tu vida y la nuestra había sido cortada hace más de un año atrás. No importaba. Estaba contenta. Ibas a estar bien y yo te iba a contar que habíamos comido duraznos. Eran perfectos: dulces, pero no hostigosos; duros, pero no verdes; húmedos, pero no goteaban jugo pegajoso. Te habrían gustado. Con sólo verlos habrías pedido a mi mamá que te picara uno y te lo llevara a la pieza.

Seguí comiendo, sintiendo el sabor fresco en mi boca y pensando en qué haríamos cuando despertaras. Estaba contenta. Habían dicho que estabas un poco mejor. Yo me ilusioné. Esperé lo mejor. Terminé de mordisquear mi durazno pelado y quedó sólo el cuesco, feo, oscuro, duro, lleno de surcos. Lo boté a la basura. Me hubiese gustado que no se acabara. Pero estaba contenta, porque ya ibas a despertar.

No me explico lo que pasó al día siguiente. Te fuiste y no has regresado hasta hoy. Parece que no vas a volver. Recuerdo que ese día pensé en el cuesco de mi duranzo. Traté de entender lo que sentía. Traté de integrar mi desorientación y mis moléculas, que estaban por huir cada una por su lado, en un cuerpo con brazos y piernas, que siente y que piensa. En una dirección. Por un camino. Sólo logré traer a mi mente ese cuesco. Me habían despojado de mi carne y quedaba llena de hendiduras, desnuda, oscura. Lo mejor para mí era que me tomaran por un desecho más y me dejaran morir en la basura. Estaba vacía y no quedaba nada para ofrecer.

jueves, 16 de junio de 2011

La venganza del cliente resentido

Este texto lo escribí después de trabajar en una multitienda en esa época difícil del año: antes de Navidad. Fue... toda una experiencia, jajaja. Lo escribí en julio de 2007.


"Estimado cliente: En cinco minutos más su tienda La Bella Feria cerrará sus puertas para volver a atenderlo el próximo martes dos de enero, a partir de las 11:00 horas".

"Estimado cliente: Son las 19:00 horas, su tienda La Bella Feria cierra sus puertas para volver a atenderlo el próximo martes dos de enero, a partir de las 11:00 horas".

Una bocanada, ganado, ola, marejada, choclón de gente desesperada corre como en las películas de acción cuando se cierran las compuertas para huir y el héroe se tira de guata al suelo para salir. La única diferencia es que en en este caso, la masa humana trata de entrar.

¡Es 31 de diciembre! En cinco horas más comienza un nuevo año y este montón de seres ávidos de productos para vestir, menaje, perfumería y electrónica parecen no tener ninguna cena que preparar, ninguna ducha que tomar para emperifollarse, ninguna familia que los espere para el abrazo de las 12, nada. ¡Nada!

Están todos locos. Las cajas se llenan de clientes que se quiren llevar las cosas como sea. No importa si la polera tiene un hoyo, si el pantalón no tiene cierre o si la falda está descosida. Incluso más: no les importa si no les queda bien, porque después lo pueden cambiar. Todos compran para cambiar. "Oh...¡Qué lindo el pantalón! Me lo llevo. Pero no me lo probé... ¡Señorita! ¿Lo puedo cambiar después?". Una gorda con cara de apestada,repite la cantaleta: "Son diez días para devolución, un mes para cambio y tres meses de garantía...".

Es por llevarse algo, por no salir de ahí con las manos vacías. Con una sensación extraña por dentro. Con la idea de que algo les falta, aunque no hayan perdido nada. Eso les falta: lo que no han comprado, ni poseído jamás.

Compran cualquier cosa, sin pensar, para ellos mismos y para quienes los rodean. Por eso antes de Navidad se lo llevan todo y después devuelven y cambian todo. Porque a nadie le gustó ningún regalo. Obvio, si la polera no la compraron, porque a la Panchita no sé cuánto le gusta usar poleras con brillo y un tremendo escote en la espalda. ¡No! La compraron, porque era de la promoción de dos poleras en $14.990.

Ya son las 19:30 y aún hay personas que pretenden probarse ropa. Que les bajen esos polerones que yo no sé para qué los ponen tan arriba. Nadie sabe qué contestar. Será porque la tienda quiere meterle la ropa por dónde sea a la gente y sacan y sacan y sacan prendas, aunque ya no haya espacio. Los vendedores se limitan a ir a buscar la ganchera, un pedazo largo de fierro o palo, con un gancho en la punta, para bajar lo que el cliente quiera.

Hace 35 minutos que la tienda La Bella Feria cerró sus puertas para volver a atender al público el próximo martes a partir de las 11 horas. Todavía quedan personas en las filas de las cajas.

¡Por favor! ¡Vayan a sus casas! ¡Preparen su cena, pónganse su ropa de mall, abrácense a las doce y vean los fuegos artificiales! No vale la pena. A nadie le importa el cambio de año. Estar con la familia...nadie está ni ahí con nada.

Es una venganza. La venganza del cliente que tantas veces ha sido abandonado a su suerte, víctima de la indiferencia. La venganza del cliente que ha tenido que esperar paciente durante el año que terminen de atender al que lleva más cosas, al que compra lo más caro, porque eso da más comisión.

Ese cliente ha cultivado entre compra y compra, el sentimiento del comprador resentido que busca dificultarle la labor y la vida a los vendedores desgraciados que alguna vez le dieron la espalda por ir a besarle el poto a algún comprador con más poder adquisitivo.

Hoy, 31 de diciembre, año 2006, ese comprador rencoroso está dando rienda suelta a su ira reprimida, haciendo que las filas en las cajas sean interminables, desordenando la ropa que no piensan llevar y pidiendo objetos que están en lugares difíciles de alcanzar. Todo para que ese vendedor que alguna vez cambió al comprador humilde por el platudo, sufra por no poder llegar a su hogar a la hora de la cena, por no poder llegar luego a preparar la cena, por no poder llegara tiempo para ducharse e ir a comer con sus familia, por no poder llegar a tiempo para ordenar la casa, vestirse, arreglar a los niños y recibir a los suegros.

La idea del comprador resentido es que este día tan especial, el vendedor codicioso, hambriento de comisiones, que atiende de mala manera, sienta esa ira reprimida, cultivada compra tras compra, cambio tras cambio. A ese fenómeno del cliente herido en su orgullo sólo queda hacerle frente, como sea, aunque signifique la ruina del Año Nuevo, porque el cliente siempre está primero, como dice la chapita que llevan en la solapa de la camisa.

domingo, 5 de junio de 2011

Soy mala

Aquí una historia de ficción inspirada en un encuentro en el metro. 7 de diciembre de 2007.

Ese día cuando te vi en el Metro, me descompensaste el día. Te prometo que me dejaste como con la mala vibra pegada.

Primero fue tu actitud. Yo estaba muy concentrada pensando sólo Dios sabe qué y tú no encontraste nada más bonito que saludarme con un "¡hola!", seguido de un tremendo empujón... O sea...¡Jelou! ¡¡¡Estaba al borde del andén esperando el tren!!! Casi se hace realidad eso de la canción...algo así como que te atropellen y después te pise un tren... What ever...algo así.

"Estúpido", pensé yo. "Ahuevona'o", también se me vino a la mente. ¡Sí! Después de tanto tiempo, de haber tenido una pseudo relación amorosa varias veces y de haber jurado que me amabas, ¿ahora me querías matar?.

Pero, sólo te dije: "¡Tonto!". ¡¡¡Obvio!!! Te había echado un looking y me di cuenta de que estabas bien bueno... Siempre bien trabajado tú. Así como hombrón, los brazos gruesos y tu cara de niño bueno, con esos labios gorditos y rojitos...mmmm...¡¡¡rico!!! Seguías tan rico y apetecible como siempre. Decidí medirme con los insultos por si saltaba la liebre. En todo caso, tú siempre has estado dispuesto para lo que yo quiera sin importar cómo te trate (porque te he tratado bien mal, ¿cierto?).

Bueno, pero los años me han enseñado que no es bueno hacer sufrir tanto a la gente, porque se trancan y después es uno la gil que tiene que aguantarlos con sus carencias emocionales y esas huevadas. Así que "tonto", fue la palabra empleada para empezar a conversar. Nos subimos al metro. Me querías dar una sorpresa, que no le pusiera tanto color, me dijiste. Además, empezaste a explicarme que no porque te tires al metro te mueres al tiro, sino que tiene que haber una conexión de no sé qué para que te dé la corriente. Ahí yo sólo te miraba mover esos labios gruesos y se me obstruyeron los otros sentidos. Así que no me acuerdo de nada más.

Lo siguiente recuerdo es que me contaste que ahora estudias... Sí, estudias. "¡Bien!", te dije yo. Ahí si me puse contenta de verdad. Ingeniería en eso que te gusta a ti...computadores y maquinitas y todo eso que tratabas de explicarme cuando estábamos juntos. Me puse contenta por ti. Me contaste que te faltaba poco para salir y me preguntaste qué hacía yo. Yo te dije que lo mismo de siempre...tratar de conquistar el mundo, lo que en cierta forma es verdad. ¡Sí pu! Si uno es joven y toda la lesera, tiene que tener el bichito ése de ser especial y tratar de llegar lejos y todo eso.

Y para variar se me salió lo pesadita que llevo dentro. Empecé a preguntarte por tu polola, la loca, si seguías con ella y cómo fue que dejó de molestarme, porque yo me había metido entre ustedes. Ahí tú te enojaste un poco. Tú sonrisa se borró y los ojos se te pusieron redondos. Me explicaste que no la leseara, que ella estaba mal y tenía problemas, que estaba con depresión y se quería matar. Yo pensaba: "Uy, qué grave...seguro sus papis pelearon y le dio penita, ¡pobrecita! ¿Sabrá este pelotas todo lo que a mí me ha pasado? No le voy a dar en el gusto de contarle. Yo soy fuerte y grande".

Cambiamos el tema y me gustaba chocar contigo por el vaivén del tren. Sí, hasta me excitaba y qué. Hay que decir las cosas como son. Tú siempre me has vuelto loca. Pero como que físicamente no más. Hormonalmente, somos compatibles. Siempre fuimos unos calientes de mierda. Ahora, de las cosas emocionales nunca quise preocuparme: un cacho. Qué lata. Detesto el compromiso.

Igual te hacía ojitos y ponía esas caras de niña chica buena que a ti te encantaban, para ver qué pasaba. Logré traspasar la barrera de tus ojos castaños y me decías con la mirada que me querías y me deseabas. Que ojalá no me bajara nunca del metro y siguiéramos hasta cualquier lado. Yo también quería. Pero nadie lo dijo. Yo esperaba que fueras tú. Porque siempre fuiste tú el que estuvo a mis pies. Y llegó mi estación.

Tus ojos querían que me quedara. Me tomaste de las manos para despedirnos y me apretaste un poco junto a ti. Me diste un beso en la mejilla y me dijiste que ya no más. Que estábamos grandes para seguir jugando al corre que te pillo. "Puta la huevá", pensé yo. Te hiciste grande y con fuerza de voluntad y pucha que es atractiva esa cuestión. Ahora sabías qué te hacía mal y qué no. Y yo te hacía mal, según lo que me dijiste. Quise que me sostuvieras un poco más, pero no, me soltaste. Me dejaste ir a cagarle la vida a otros.

Y eso me tuvo mal todo el día, me dieron ganas de empujar a todas las viejas gordas que se suben al metro y ocupan espacios por tres. Ganas de putear a los pendejos que se mueven tanto que me pisan los pies cuando yo justo ando con mis zapatos regalones. Putear a los que se paran enfrente de la puerta del metro y ahí se quedan, como cobrando peaje, los tarados. Ganas de tirar al andén (aunque no se mueran al tiro) a todas las viejas chicas atropelladoras que creen que porque son chicas te pueden empujar. Todo porque uno es larga y como grande. ¿Qué culpa tiene uno de que ellas sean enanas?

Ese día, tuve pensamientos perversos a cada rato. Y los disfruté. Me sirvieron para desahogarme de todo lo que no pude hacer contigo. Porque ahora las cosas cambiaron. Ya te diste cuenta de que soy tóxica para ti. Por eso no me voy a poder seguir aprovechando de tu buen corazón y calentura. Porque soy tóxica. Que la gente se aleje de mí. Porque hago daño. ¡Soy mala! jajaja. No más mala que otras, en todo caso.