martes, 8 de noviembre de 2011

Trotar es de lo mejor

En el año 2007, mi hermana tomó un electivo de atletismo en la UC y me invitó a trotar con ella. Esto fue lo que pasó:

"¿Por qué me metí en esto?". Es lo único que se me viene a la mente mientras troto a duras penas por el caminito de tierra, aserrín y piedras del sector de deportes en San Joaquín.

Se me nublan los ojos. Son estos malditos plátanos orientales que rodean el sendero. ¿Quién los habrá puesto? ¿Por qué hay tantos? ¡Si son orientales! De Oriente quiere decir eso. O sea, del mundo asiático y de gente con ojos rasgados, amarilla y que sonríe por todo. A lo mejor el nombre está mal puesto. Qué sé yo. Me atormentan. Son lindos, pero me dan miedo. Atentan contra mi salud.

Voy en la segunda vuelta. Nadie me obligó a lanzarme en mi travesía trotística. Me bastaba con trotar dos vueltas, pero no, yo la chora, tenía que seguir corriendo... bueno ya, trotando lento.

¿Qué pensarán los que me ven con los ojos nublados e hinchados? Chiquititos, así los tengo, como un ratón.  Deben pensar que voy a llorar de cansancio, ahogamiento y desgaste muscular. Estoy muriendo por los platanitos. No entra aire por mi nariz y abro mis hoyitos nasales, tratando de que entre algo de aire. Respiro bien fuerte, una vez, otra y otra. “¡No! ¡No tan fuerte!”, dice mi vocecita interna. “Puedes absorber todo San Joaquín de un sopetón”. Con sus piletitas, templo, facultades, millones de autos, quioscos, casinos, lo que venga. Estoy respirando tan desesperada que no me importa lo que entre por mi nariz, con tal de que entre algo.

Además, qué se mete ella, vocecita chillona. Se cree con la autoridad de decirme lo que puedo y lo que no puedo hacer. Todos deben tener una, pienso yo. La mía es chillona y habla en los momentos más inoportunos. Cuando me quiero comer un chocolate gigante en cinco minutos, aparece ella: “Te vas a poner gorda, después no te quejes”. Cuando quiero dormir en la tarde una siesta de horas y horas, ella me echa a perder el panorama: “¿Viste el cerro de fotocopias en tu pieza? Parece que son para leerlos. ¿Y viste la fecha de tus pruebas? Son luego. Yo que tú, me pongo a leer, ¡al tirante!”.

Me olvido de la vocecita un rato. Ahora paso por la parte de aserrín. Siento olor a caca de… ¿conejo? ¿perro? ¿pollo? Claro, no puedo respirar, pero sí soy capaz de sentir estos aromas tan característicos de por acá. Agradable… je.


¡Ya quiero terminar esta vuelta! No puedo parar en la mitad del camino… qué humillante sería…qué vergüenza. Qué pensarán los demás niños deportistas que pasan por mi lado, me adelantan y desaparecen. Nada. Obvio. No deben pensar nada. Si les da lo mismo. Ellos están preocupados de hacer deporte, no de si yo puedo o no dar tres vueltas a las canchas. Qué egocéntrica yo.

Siento mis piernas dormidas, las miro para cerciorarme de que están ahí. Cualquiera diría que voy corriendo una maratón y que por eso estoy roja y toda sudada. Por eso el jadeo desesperado. Pero no, llevo sólo tres kilómetros recién, porque terminé la tercera vuelta.

Yo pensaba que me iba a detener luego de la tercera vuelta, pero no sé qué pasa. Mis piernas no paran. Comienzan la cuarta vuelta. ¡Las locas rebeldes! “Déjalas”, dice mi vocecita, “Te hace falta el ejercicio, ¿no ves que pareces un chanchito?”. Qué mala onda, como si no tuviera problemas de autoestima, viene la chilloncita y me la deja por el subterráneo o más abajo aún, cruzando el planeta y me la deja en China con los orientales, los de los plátanos.

Mis piernas no saben las consecuencias de sus actos. A ellas les va a doler mañana y no se van a poder mover de lo tiesas. ¿Acaso mi vocecita piensa en eso? Debería ponerle nombre, pero soy mala para eso. Además, como es de quejona, seguro no le va a gustar y va a terminar escogiendo ella igual. “Toda la razón”, me dice. “Eduviges, así me voy a llamar”, asegura, orgullosa de su elección. ¿Eduviges? Me da risa. Algunas personas me miran. Se me había olvidado que estaba trotando en un lugar público. Me contengo. Siento que la cara se me pone más roja.

¡No! ¡Por desconcentrarme lo perdí! No encuentro mi ritmo de respiración por ningún lado (porque al final logré respirar). “¿Viste? Por andar paveando, preocupada de mi nombre, te perdiste”, me sermonea Eduviges. Empiezo a buscarlo. Un, dos, un, dos… no, así no me entra aire. Un, dos, tres, un, dos, tres… así no, me pierdo. Uno largo, un- dos, uno largo, un- dos… no, así no alcanzo a botar el aire. Uno largo, 1- 2 -3, uno largo, 1- 2- 3… parece que ahí sí.


Pucha, ahora tengo una puntada en el costado por estar jugando con mis pulmones y mi oxigenación. Un grupo de tipos grandes y fornidos (otros no tanto), me adelantan como por cuarta vez y eso que yo empecé antes. Siempre digna, sigo trotando con la frente en alto, lo más derecha que puedo, pero mi puntada igual hace que me doble un poco.

Mis piernas siguen trotando sin importarles mis debates internos. Ahora yo las apoyo, quiero que sigan, porque me daría mucha vergüenza que pararan en cualquier parte, sin haber terminado. Además, si no puedo contra ellas, mejor me uno. “Por fin estás pensando con coherencia”, me felicita la Edu. Yo troto con compostura, con garbo y prestancia ahora que las apoyo (o por lo menos eso quiero creer). Muy buena mi decisión.

Me falta poco para llegar, acelero el paso. Me siento como Rocky cuando subía esas escaleras largas y saltaba como mono, después de comer huevos crudos (seguro en la película no existía la salmonela) y trotar por toda la ciudad.

¡Llegué por fin! ¡Cuatro kilómetros! Batí mi récord. El récord que me impuse la semana pasada de no demorarme más de media hora. “Igual bien…”, me felicita la Edu. Lo hice, logré lo imposible y nadie de las canchas, San Joaquín o el mundo lo sabe, es una exclusiva…  En realidad es mejor que nadie lo sepa, porque el resto de seres con condición física decente, hace las cuatro vueltas en 15 minutos y yo… con mi cuerpo pesado de tanta azúcar refinada, sal, fritangas y varios, las hago en 30 minutos. Secreto entre la Edu y yo.

Estiro mis músculos cinco minutos. Cuando ya me recupero, reviso en mi mente mi agenda para saber cuándo puedo venir de nuevo. “¡Quiero más!”. Quiero más de esto: trotar y trotar y batir mis récords en secreto con la Edu. No me importa terminar medio muerta, medio coja, medio ahogada y medio con una tripa reventada, porque el caminito me apalea. Soy adicta al trote-masoquismo.