jueves, 13 de septiembre de 2012

Experiencia en entrevistas de trabajo: ¿Cuál sería tu aporte?

http://quienentravuelve.blogspot.com/2010/05/preparar-una-entrevista-de-trabajo.html

A pesar de que el proceso de búsqueda de trabajo suele ser agotador y estresante, creo que se le puede sacar provecho de una u otra forma, porque mientras más entrevistas uno dé, mejor preparado está para ellas, sobre todo para responder a preguntas que te dejan plop.

martes, 29 de mayo de 2012

Extranjeros en nuestra propia tierra

No empezaré este post diciendo ese típico cliché: "Hace muchos meses que no actualizaba mi blog, pero ahora he decidido retomarlo y empezar a publicar periódicamente... bla bla bla...". Lo he leído en muchos otros blogs y para qué les voy a ir con cuentos, si la verdad es que un hecho puntual ha gatillado la necesidad de expresarme y que los demás sepan qué pienso.

¡Les presento mi bici! La imagen es de mi autoría.
Desde que empecé a movilizarme en bicicleta, hace un año y unos meses atrás, he vivido en carne propia el hecho de que los automovilistas chilenos manejan como si estuvieran jugando Mario Kart. Estacionan en las ciclovías, doblan en segunda fila sin siquiera señalizar, se pasan las luces rojas como si fueran persiguiendo al malo más malo de una peli de acción, abren la puerta sin mirar atrás, se meten en la pista de forma imprudente, salen de los estacionamientos sin mirar a ninguna parte y a toda velocidad... y un largo etcétera.

martes, 8 de noviembre de 2011

Trotar es de lo mejor

En el año 2007, mi hermana tomó un electivo de atletismo en la UC y me invitó a trotar con ella. Esto fue lo que pasó:

"¿Por qué me metí en esto?". Es lo único que se me viene a la mente mientras troto a duras penas por el caminito de tierra, aserrín y piedras del sector de deportes en San Joaquín.

Se me nublan los ojos. Son estos malditos plátanos orientales que rodean el sendero. ¿Quién los habrá puesto? ¿Por qué hay tantos? ¡Si son orientales! De Oriente quiere decir eso. O sea, del mundo asiático y de gente con ojos rasgados, amarilla y que sonríe por todo. A lo mejor el nombre está mal puesto. Qué sé yo. Me atormentan. Son lindos, pero me dan miedo. Atentan contra mi salud.

Voy en la segunda vuelta. Nadie me obligó a lanzarme en mi travesía trotística. Me bastaba con trotar dos vueltas, pero no, yo la chora, tenía que seguir corriendo... bueno ya, trotando lento.

¿Qué pensarán los que me ven con los ojos nublados e hinchados? Chiquititos, así los tengo, como un ratón.  Deben pensar que voy a llorar de cansancio, ahogamiento y desgaste muscular. Estoy muriendo por los platanitos. No entra aire por mi nariz y abro mis hoyitos nasales, tratando de que entre algo de aire. Respiro bien fuerte, una vez, otra y otra. “¡No! ¡No tan fuerte!”, dice mi vocecita interna. “Puedes absorber todo San Joaquín de un sopetón”. Con sus piletitas, templo, facultades, millones de autos, quioscos, casinos, lo que venga. Estoy respirando tan desesperada que no me importa lo que entre por mi nariz, con tal de que entre algo.

Además, qué se mete ella, vocecita chillona. Se cree con la autoridad de decirme lo que puedo y lo que no puedo hacer. Todos deben tener una, pienso yo. La mía es chillona y habla en los momentos más inoportunos. Cuando me quiero comer un chocolate gigante en cinco minutos, aparece ella: “Te vas a poner gorda, después no te quejes”. Cuando quiero dormir en la tarde una siesta de horas y horas, ella me echa a perder el panorama: “¿Viste el cerro de fotocopias en tu pieza? Parece que son para leerlos. ¿Y viste la fecha de tus pruebas? Son luego. Yo que tú, me pongo a leer, ¡al tirante!”.

Me olvido de la vocecita un rato. Ahora paso por la parte de aserrín. Siento olor a caca de… ¿conejo? ¿perro? ¿pollo? Claro, no puedo respirar, pero sí soy capaz de sentir estos aromas tan característicos de por acá. Agradable… je.


¡Ya quiero terminar esta vuelta! No puedo parar en la mitad del camino… qué humillante sería…qué vergüenza. Qué pensarán los demás niños deportistas que pasan por mi lado, me adelantan y desaparecen. Nada. Obvio. No deben pensar nada. Si les da lo mismo. Ellos están preocupados de hacer deporte, no de si yo puedo o no dar tres vueltas a las canchas. Qué egocéntrica yo.

Siento mis piernas dormidas, las miro para cerciorarme de que están ahí. Cualquiera diría que voy corriendo una maratón y que por eso estoy roja y toda sudada. Por eso el jadeo desesperado. Pero no, llevo sólo tres kilómetros recién, porque terminé la tercera vuelta.

Yo pensaba que me iba a detener luego de la tercera vuelta, pero no sé qué pasa. Mis piernas no paran. Comienzan la cuarta vuelta. ¡Las locas rebeldes! “Déjalas”, dice mi vocecita, “Te hace falta el ejercicio, ¿no ves que pareces un chanchito?”. Qué mala onda, como si no tuviera problemas de autoestima, viene la chilloncita y me la deja por el subterráneo o más abajo aún, cruzando el planeta y me la deja en China con los orientales, los de los plátanos.

Mis piernas no saben las consecuencias de sus actos. A ellas les va a doler mañana y no se van a poder mover de lo tiesas. ¿Acaso mi vocecita piensa en eso? Debería ponerle nombre, pero soy mala para eso. Además, como es de quejona, seguro no le va a gustar y va a terminar escogiendo ella igual. “Toda la razón”, me dice. “Eduviges, así me voy a llamar”, asegura, orgullosa de su elección. ¿Eduviges? Me da risa. Algunas personas me miran. Se me había olvidado que estaba trotando en un lugar público. Me contengo. Siento que la cara se me pone más roja.

¡No! ¡Por desconcentrarme lo perdí! No encuentro mi ritmo de respiración por ningún lado (porque al final logré respirar). “¿Viste? Por andar paveando, preocupada de mi nombre, te perdiste”, me sermonea Eduviges. Empiezo a buscarlo. Un, dos, un, dos… no, así no me entra aire. Un, dos, tres, un, dos, tres… así no, me pierdo. Uno largo, un- dos, uno largo, un- dos… no, así no alcanzo a botar el aire. Uno largo, 1- 2 -3, uno largo, 1- 2- 3… parece que ahí sí.


Pucha, ahora tengo una puntada en el costado por estar jugando con mis pulmones y mi oxigenación. Un grupo de tipos grandes y fornidos (otros no tanto), me adelantan como por cuarta vez y eso que yo empecé antes. Siempre digna, sigo trotando con la frente en alto, lo más derecha que puedo, pero mi puntada igual hace que me doble un poco.

Mis piernas siguen trotando sin importarles mis debates internos. Ahora yo las apoyo, quiero que sigan, porque me daría mucha vergüenza que pararan en cualquier parte, sin haber terminado. Además, si no puedo contra ellas, mejor me uno. “Por fin estás pensando con coherencia”, me felicita la Edu. Yo troto con compostura, con garbo y prestancia ahora que las apoyo (o por lo menos eso quiero creer). Muy buena mi decisión.

Me falta poco para llegar, acelero el paso. Me siento como Rocky cuando subía esas escaleras largas y saltaba como mono, después de comer huevos crudos (seguro en la película no existía la salmonela) y trotar por toda la ciudad.

¡Llegué por fin! ¡Cuatro kilómetros! Batí mi récord. El récord que me impuse la semana pasada de no demorarme más de media hora. “Igual bien…”, me felicita la Edu. Lo hice, logré lo imposible y nadie de las canchas, San Joaquín o el mundo lo sabe, es una exclusiva…  En realidad es mejor que nadie lo sepa, porque el resto de seres con condición física decente, hace las cuatro vueltas en 15 minutos y yo… con mi cuerpo pesado de tanta azúcar refinada, sal, fritangas y varios, las hago en 30 minutos. Secreto entre la Edu y yo.

Estiro mis músculos cinco minutos. Cuando ya me recupero, reviso en mi mente mi agenda para saber cuándo puedo venir de nuevo. “¡Quiero más!”. Quiero más de esto: trotar y trotar y batir mis récords en secreto con la Edu. No me importa terminar medio muerta, medio coja, medio ahogada y medio con una tripa reventada, porque el caminito me apalea. Soy adicta al trote-masoquismo.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Gracias pena por hacerme feliz

Hace mucho tiempo que no escribo, porque he estado muy ocupada, con pegas y mis cuestionamientos usuales de la vida, del trabajo, la vocación, amor, relaciones interpersonales, etcétera... Pero he vuelto, porque hoy es día de agradecer.

No se trata de cualquier tipo de agradecimiento, porque es gratitud hacia algo que en general no despierta ese tipo de sentimientos. Quiero dar las gracias a la pena. Porque la pena en el pasado me hizo salir a vagar por las calles de Santiago, sin rumbo... pasando las situaciones más anecdóticas, conociendo lugares que nunca habría visitado de no ser por la tristeza que me embargaba. Esa misma pena maldita me hizo hace algún tiempo tener mi época más creativa en la vida, en todo sentido, escribiendo, escribiendo y escribiendo. Pena estúpida que cuando estuvo en su nivel más alto me hizo enfocarme mucho más en mi carrera universitaria y me llevó a tener el mejor rendimiento de mi vida. Y quiero agradecer a la pena de amor más grande que he tenido, que me hizo darme cuenta, hace unos años ya, que lo más importante es amarme yo primero y de pasada me cerró la garganta y el estómago, haciéndome bajar los kilos que me sobraban desde siempre.

Gracias a la pena que siento hoy, que me hace escribir estas líneas en mi blog, gracias a la pena que siento, que me hace revisar toda mi vida otra vez y cuestionar todo, abrir los ojos y no conformarme con el presente, porque siempre podemos ser mejores. Quiero agradecer a mi pena presente, porque me hace parar y tomarme el descanso que tanto he necesitado desde hace varios meses. Gracias pena que me haces salir a vagar en bicicleta, pedaleando horas, sin rumbo. Me has hecho conocer lugares tan bonitos y llegar a conclusiones tan claras. Siento gratitud por esta pena que me hace buscar el refugio de mi familia, y redescubrir lo linda que es.

A veces disfruto en cierta forma tener pena, porque pueden resultar las cosas más hermosas e increíbles, si ponemos atención a nuestro sufrimiento y dejamos que fluya.

Por eso, considerando los momentos alegres, lo sabroso de la vida, los éxitos y también con los fracasos, las circunstancias más adversas y las pérdidas más amargas, me declaro completamente feliz, a pesar de que no tengo ni la más remota idea de cómo resolver lo que hoy me hace sufrir.

Imagen: http://www.floresderegalo.cl/flo.html

domingo, 19 de junio de 2011

Cuesco de durazno

Este es un cuento que escribí después de que falleció mi papá. Lo publico hoy, porque revivo en mi mente esos momentos una y otra vez. Con más intensidad en fechas como ésta. Junio de 2007. 

Feliz día papá.

Esos duraznos eran grandes y redondos como una pelota de tenis. De piel lisa y brillante. Cuando llegamos a la sala de espera, le di el primer mordizco al mío. Estaba contenta. Pensé que cuando despertaras te contaría que habíamos comprado duraznos súper baratos en el súpermercado. Sonreí al pensar que tú dirías que estábamos locas y que la sala de espera no era para hacer pic nic. Sonreí al imaginar tu cara de reprobación y resignación, como aceptando que en realidad éramos un caso perdido y mejor te lo tomabas para la risa.

El sabor dulce de la carne amarillo oro me hizo pensar en los días cuando despertaras y saliéramos de ahí. De ese lugar blanco, azul, lleno de gente que esperaba todo el día, junto a nosotros. Imaginé días con sol y tú regando afuera, en medio de un verde intenso. Miré la fruta redonda y sin fisuras, interrumpida por mi mordisco, así como tu vida y la nuestra había sido cortada hace más de un año atrás. No importaba. Estaba contenta. Ibas a estar bien y yo te iba a contar que habíamos comido duraznos. Eran perfectos: dulces, pero no hostigosos; duros, pero no verdes; húmedos, pero no goteaban jugo pegajoso. Te habrían gustado. Con sólo verlos habrías pedido a mi mamá que te picara uno y te lo llevara a la pieza.

Seguí comiendo, sintiendo el sabor fresco en mi boca y pensando en qué haríamos cuando despertaras. Estaba contenta. Habían dicho que estabas un poco mejor. Yo me ilusioné. Esperé lo mejor. Terminé de mordisquear mi durazno pelado y quedó sólo el cuesco, feo, oscuro, duro, lleno de surcos. Lo boté a la basura. Me hubiese gustado que no se acabara. Pero estaba contenta, porque ya ibas a despertar.

No me explico lo que pasó al día siguiente. Te fuiste y no has regresado hasta hoy. Parece que no vas a volver. Recuerdo que ese día pensé en el cuesco de mi duranzo. Traté de entender lo que sentía. Traté de integrar mi desorientación y mis moléculas, que estaban por huir cada una por su lado, en un cuerpo con brazos y piernas, que siente y que piensa. En una dirección. Por un camino. Sólo logré traer a mi mente ese cuesco. Me habían despojado de mi carne y quedaba llena de hendiduras, desnuda, oscura. Lo mejor para mí era que me tomaran por un desecho más y me dejaran morir en la basura. Estaba vacía y no quedaba nada para ofrecer.